Eran las 12 en punto del mediodía cuando el psicólogo de la Universidad de California George Stratton pone a prueba su cerebro con una tarea a la que nadie se había enfrentado antes. Si alguien entraba en ese momento en la sala que se encontraba el hombre, vería al profesor con una extraña máscara que le cubría toda la cara. Un dispositivo que comprendía un molde de yeso acolchado en la zona alrededor de los ojos. El hombre ajusta el artilugio. Su ojo izquierdo estaba cubierto con una fina hoja en blanco de yeso. Las lentes que cubrían el ojo derecho volvieron el mundo de Stratton al revés. Lo que antes se encontraba en la parte superior de su campo de visión, ahora estaba en la parte inferior y viceversa. Su objetivo: permanecer así 7 días con el fin de observar de qué forma su cerebro hacía frente a la nueva perspectiva sobre el mundo.
Era el año 1896 y el profesor tenía 31 años. El experimento de Stratton tenía la intención de resolver un rompecabezas histórico, un puzzle que la humanidad se había cuestionado durante siglos. De hecho, volviendo atrás en el tiempo, en 1603 tenemos el trabajo del astrónomo Johannes Kepler, quién había descrito cómo se forma una imagen en la retina humana. El astrónomo fue el primero en describir conceptos como las imágenes reales, verticales, invertidas o el aumento.
El hombre identificó en su estudio sobre la refracción de la luz que la imagen visual se formaba en la retina de manera inversa. No sólo eso, también formuló la teoría que demostraba que la intensidad de la luz disminuye proporcionalmente con el cuadrado de la distancia.
A Kepler lo trataron por loco en su época y no fue hasta unos años más tarde que pudieron confirmar su teoría. Por tanto, la imagen que incide sobre la retina muestra nuestro mundo patas arriba. ¿Cómo puede ser posible entonces que veamos el mundo en la posición “correcta”?
La realidad es que, aunque es natural hacerse esta pregunta, también es completamente inútil. No existe un persona diminuta en nuestro cerebro que es capaz de ver la imagen invertida en una pantalla y darse cuenta de que es al revés. Y es que la red de células cerebrales que procesan las señales que vienen desde el ojo no son capaces de reconocer ningún concepto tipo “arriba” o “abajo”. El cerebro simplemente se forma una impresión unificada a partir imágenes, sonidos y sensaciones, y lo hace con el único fin de asegurar, por ejemplo, que seamos capaces de sentir que nuestro pie está la posición en la que lo vemos y viceversa.
Sin embargo, de aquí suele surgir una segunda cuestión: ¿es la imagen invertida en la retina una condición necesaria para que seamos capaces de ver las cosas en una posición vertical? ¿O el cerebro podría también acostumbrarse a una orientación diferente?
Y es justo ante estas cuestiones cuando llega el señor Stratton a intentar descifrarlo.
El mundo al revés según Stratton
Al comienzo del experimento, Stratton experimentó una ligera sensación de náuseas. Para ponernos en perspectiva, el hombre tenía una especie de gafas que le hacían invertir la realidad, y lo hacían de izquierda a derecha, de arriba a abajo, un auténtico caos.
Como registró en su trabajo, cada vez que volvía la cabeza todo a su alrededor parecía estar nadando. La perspectiva debía de ser una experiencia de lo más psicodélica, cuando el hombre se movía en ese “nuevo” mundo y se acordaba de un objeto que acababa de ver al revés, su cerebro lo volvía inmediatamente de la manera “correcta”. Otro ejemplo: si el hombre estiraba la mano para coger algo, invariablemente movía la mano equivocada.
Así fue como el profesor pasó a hacer notas. Lo hacía sin mirar hacia abajo en el papel, ya que la forma a la que estaba acostumbrado a ver las cosas habrían hecho del intento de escribir una tarea imposible. Y sin embargo y de manera sorprendente, cuanto más tiempo pasaba y el experimento se extendía, su cerebro se iba acostumbrando a las nuevas circunstancias. Cuando llegó el quinto día, Stratton había recuperado la capacidad de caminar por la casa sin tener que sentir o percibir en su camino todo lo que había alrededor.
El proceso de reajuste fue lento. El cerebro de Stratton estaba tratando constantemente de crear un todo lógico de las propias señales contradictorias procedentes de sus ojos, oídos e incluso de la piel. Cuando caminaba y miraba hacia abajo, ya no veía sus piernas, cuando giraba a su “antigua” dirección izquierda, lo hacía a la derecha, de esta forma tuvo que “reconstruir” la percepción de su nueva visión.
Otro caso tremendamente inusual que registró tenía que ver con los sonidos. Ahora el sentido de la vista siempre iba por delante de lo que oía, de los sonidos. En comparación con su antigua forma de percepción, sus pasos parecían venir desde la dirección opuesta. Únicamente las partes de su cuerpo que no podía ver en el limitado campo de visión que le ofrecían sus gafas invertidas se resistieron a este proceso de reversión.
A la hora de comer, su nuevo sentido de la vista le decía que estaba moviendo el tenedor hasta un punto por encima de su ojo. La ilusión de que allí era donde ahora se encontraba la boca fue disipada inmediatamente por la comida que tocaban sus labios. Como registró, alguna vez logró la hazaña cubista de sentir que su frente estaba por debajo de los ojos, e incluso por un instante, con la boca justamente en la frente.
Hay algunos libros sobre el trabajo de Stratton que exponen que el profesor, hacia el final del experimento, llegó a tener largos períodos de tiempo en los que fue capaz de percibir el mundo de la manera correcta otra vez. De hecho, él era capaz de evocar una imagen de un mundo en posición vertical (no invertida) únicamente mediante la concentración extrema, e incluso así, apareció fugazmente.
Sin embargo, después de más de 80 horas con las gafas (cuando llegaba la noche se ponía una venda en los ojos), el profesor llegó a la conclusión de que “la imagen invertida en la retina no es esencial para la visión vertical”. En otras palabras, cuando se enfrenta a una imagen sesgada, el cerebro era capaz de restaurar la armonía entre lo que una persona percibe y lo que siente.
Esta armonización de los sentidos era la clave para Stratton y lo que podemos entender por visión vertical. Un objeto que percibimos no puede en sí mismo estar en posición vertical o invertida, únicamente puede estar así en relación a lo que los otros sentidos nos dictan o dicen. El hecho de que el mundo de Stratton, incluso al final del experimento, siguiera siendo todo al revés, no tenía que ver con que su cerebro no hubiera llegado a un acuerdo con su nueva percepción, sino más bien con el hecho de que todavía podía recordar lo que le parecía el mundo anteriormente.
Finalmente, cuando el profesor se quitó las gafas de inversión, todo lo que veía le parecía ajeno. Volvía a estar en la “realidad” del resto de los mortales, pero hacía uso de la mano equivocada para llegar a las cosas o se agachaba cuando debería haberse estirado a por algo. Este estado no duró mucho. Al día siguiente la percepción había vuelto a la normalidad.
El experimento de Stratton se repitió (él mismo lo hizo con alumnos) y se ha ampliado con el tiempo. Por ejemplo, con sujetos que usaban espejos que se desviaban en su visión de tal manera que ellos sentían que tenían los ojos en la parte posterior de la cabeza. Y los resultados fueron básicamente los mismos. Parece imposible (y jamás lo intenten), pero nuestro cerebro tiene una versatilidad tan fascinante que podría adaptarse hasta tal punto, que un sujeto con unas gafas de este tipo podría llegar a ir de escalada a una montaña o a montar en bicicleta en hora punta en una gran ciudad.
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