Es posible que las imágenes que acompañan a este texto puedan herir sensibilidades. El propio autor del trabajo de investigación tenía sus razones para elegir a este sujeto. Todo un pionero en el campo de la neurología y la fotografía médica, sus resultados, hace ya muchísimo tiempo, descifraron la razón de una sonrisa de felicidad. Y para ello iba a utilizar la electricidad.
Hablamos del médico e investigador del siglo XIX Guillaume Duchenne, quién jamás reveló el nombre del anciano cuya imagen aparece en multitud de exposiciones de arte, libros ilustrados o incluso memes en la red. En la misma obra de Duchenne, The Mechanism of Human Facial Expression, el hombre nos da alguna pista. Sabemos que era zapatero, y en palabras del investigador, con “unos rasgos faciales que atestiguan su carácter benigno y su inteligencia limitada”.
Ocurre que, si atendemos a sus textos, mucho más que el destino de sus sujetos experimentales, el señor Duchenne estaba más preocupado de la forma en la que los lectores de su libro podrían responder al hecho de que no eligiera un rostro más atractivo para sus experimentos. En otro pasaje podemos leer:
El viejo que yo había fotografiado durante la mayor parte de mis experimentos electro-físicos tenía como característica común su fealdad física. Esta elección puede parecer extraña para un hombre de mundo.
Lo cierto es que Duchenne tenía buenas razones para preferir a una persona que no siguiera ciertos cánones de belleza de la época, por ejemplo que no tuviera dientes. Por un lado, la piel arrugada activaba la musculatura de la cara y se podía apreciar con claridad, y por otro, se trataba de personas que habían sufrido durante mucho tiempo una completa falta de sensibilidad en su rostro. Esto se tornaba en una ventaja incalculable que permitía al investigador “examinar las acciones de los músculos individualmente de manera tan eficiente como si fuera un cadáver”. De hecho, incluso llegó a pensar en la posibilidad de emplear muertos en vez de vivos.
No fue así, principalmente porque Duchenne no estaba loco y sabía que no había espectáculo más marciano que el uso de la electricidad para producir emociones en la cara de una persona muerta, “esta fue la razón de que el anciano se hiciera el sujeto experimental ideal”, concluyó.
Por tanto, a pesar de que las imágenes del anciano zapatero recuerden o parezcan una reminiscencia de las escenas de torturas, recuerden, él no sintió nada y su respiración se mantuvo regular y tranquila durante todos y cada uno de los experimentos que comenzaron hace ya muchos años.
La electricidad como remedio
Duchenne tenía 36 años cuando en 1842 se trasladó a vivir de su ciudad natal,Boulogne-sur-Mer, a París. En aquella época el hombre no tenía residencia fija y trabajó como médico itinerante en varios hospitales. Entre ellos se incluía el Hospital Salpetriere, en las orillas del río Sena, en un área donde residían una gran cantidad de pacientes que sufrían una variedad de parálisis que hasta esa fecha nunca habían sido diagnosticados correctamente.
Así fue como el hombre comenzaría sus estudios. En el curso de los exámenes a epilépticos, espásticos o parapléjicos, Duchenne estimulaba los músculos individuales de los pacientes con electricidad, y así iba construyendo un amplio catálogo de enfermedades neurológicas.
De esta forma Duchenne concluyó que, si un músculo paralizado podría ser estimulado con electricidad, el mecanismo de control natural debería estar de alguna manera dañado, y por tanto el fallo debía estar en el cerebro o en la conexión entre el cerebro y el músculo. Si no fuera así y el músculo no se podría estimular, entonces el problema debía residir en el propio músculo.
Hoy puede parecer una nimiedad, pero actualmente hay un nombre para la enfermedad más común asociada a la atrofia del tejido muscular, y no es otra que la distrofia muscular de Duchenne gracias al trabajo que llevó a cabo este pionero.
Buscando el “gen” de la sonrisa y otras expresiones
Los músculos que investigó también incluían los de la cara. En el estudio de estos no sólo perseguía objetivos científicos, también estéticos. El hombre estaba convencido de que con los electrodos y la corriente alterna podría sondear “las leyes que rigen las expresiones faciales humanas” y en el proceso desentrañar el misterio de la “ortografía de la expresión facial” que Dios había creado (ahí es nada), para finalmente encontrar una explicación a lo que significa que una emoción particular pueda cubrir a la misma combinación de los músculos faciales en acción en todos los seres humanos sin excepción.
Es decir, que su trabajo se tornó en la búsqueda de la razón y explicación de nuestras expresiones faciales. En sus experimentos, Duchenne intentó producir las emociones más auténticas posibles a través de la estimulación eléctrica de los músculos faciales. ¿Cómo? Con el empleo de hasta cuatro electrodos al mismo tiempo como podemos ver en fotos. De esta forma fue capaz de crear expresiones faciales que venían a significar rabia, sorpresa o alegría.
En ocasiones también utilizaba la electricidad para evocar una emoción diferente a cada lado de la cara. Así fue como comenzó a nombrar a los músculos que eran activados para cada sentimiento. Por ejemplo el músculo de la tristeza (músculo depresor del ángulo de la boca), el músculo del dolor (músculo corrugador superciliar) o el músculo de la lujuria (parte del músculo nasal). No sólo eso, el hombre también descubrió que la diferencia entre una sonrisa verdadera de una falsa estaba en parte del músculo orbicular de los ojos, el músculo que rodea al ojo y que solo se activa cuando una persona sonríe de forma natural.
La electroestimulación tenía la desventaja de que el efecto de la electricidad sobre los músculos duraba tan sólo un corto espacio de tiempo. Por eso hoy, cuando hablamos de Duchenne, hablamos de un pionero en otro campo, la fotografía. Si bien no fue el primero en hacer uso de ella para la medicina, el hombre fue sin ninguna duda el primero en establecer un puente entre la fotografía médica y la artística.
Si no fuera por la fotografía (en aquella época en los albores), la única en aquel momento que podía capturar fenómenos fugaces como los estudios del investigador, hoy este artículo estaría vacío, y por tanto sólo sería eso, texto. Y muy posiblemente las únicas personas que habían oído hablar de Duchenne serían expertos neurólogos interesados en la historia de este campo. Todo, desgraciadamente, muy aburrido.
Hoy las imágenes de sus experimentos le han asegurado un lugar en la historia (y en la fotografía). Hasta su llegada se consideraba que la técnica fotográfica no podía reflejar los aspectos de interés relacionados con la medicina, se prefería un dibujo como soporte científico. Lo cierto es que poco más tarde publicó su libro Mecanismo de la fisionomía humana o análisis electrofisiológico de las pasiones aplicable a la práctica de las artes plásticas, en el cual se incluían el famoso zapatero entre otros. En la actualidad se cuentan enormes sumas de dinero por los originales del zapatero, el mismo Charles Darwin utilizó varias de las fotos de Duchenne en su obra de 1872 The Expression of Emotions in Men and Animals.
El investigador siempre dijo en vida que no consideraba su trabajo simplemente como una forma de obtener conocimiento. También quería utilizar sus estudios para cambiar el mundo del arte. Por ello en su famoso libro formuló una serie de normas para guiar a los artistas y pintores en “la representación verdadera y completa de los estados de ánimo emocionales de las personas”.
De la misma forma se mostró crítico y tenía una mala opinión de los esfuerzos de muchos de los maestros del arte antiguo. Pensaba que, si bien habían capturado con éxito las funciones básicas de la población, muchos otros aspectos de su descripción de las expresiones humanas eran “mecánicamente imposibles”. También es evidente que partían con la ligera desventaja de no contar con la corriente alterna del señor Duchenne, mucho menos del efecto en los músculos.
Sea como fuere, Guillaume Duchenne fue un adelantado a su época, un personaje que influyó en muchas áreas fuera de la que era su profesión y que buscó con ahínco la razón de nuestras expresiones. Gracias él y sus experimentos eléctricos, se concluyó que una verdadera sonrisa de felicidad está formada, no sólo por el empleo de los músculos de la boca, sino también por los de los ojos. Un tipo de sonrisa que también tiene un nombre: la sonrisa de Duchenne.
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